23 de febrero de 2008

El caballero con alma de campesina

"Esperanza: pequeña luz que se enciende en la oscuridad del miedo y la derrota, haciéndonos creer que hay una salida. Semilla que lanza al aire la sedienta planta en su último estertor, antes de sucumbir a la sequía. Resplandor azulado que anuncia el nuevo día en la interminable noche de tormenta. Deseo de vivir aunque la muerte exista".

Rosa Montero

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Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre. He visto en mi vida cosas maravillosas. He hecho en mi vida cosas maravillosas. Durante algún tiempo, el mundo fue un milagro. Luego regresó la oscuridad. La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta. Un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo. Es mi mayor victoria, mi conquista, el don del que me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma. La tinta retiembla en el tintero con los golpes, también ella asustada. Su superficie se riza como la de un pequeño lago tenebroso. Pero luego se aquieta extrañamente. Levanto la cabeza esperando un envite que no llega. El ariete ha parado. Las Perfectas también han detenido el zumbido de sus oraciones. ¿Acaso han logrado acceder al castillo los cruzados? Me creía preparada para este momento pero no lo estoy: la sangre se me esconde en las venas más hondas. Palidezco, toda yo entumecida por los fríos del miedo. Pero no, no han entrado: hubiéramos oído el estruendo de la puerta al desgajarse, el derrumbe de los sacos de arena con que la reforzamos, los pasos presurosos de los depredadores al subir la escalera. Las Buenas Mujeres escuchan. Yo también. Tintinean los hombres de hierro bajo las troneras de nuestra fortaleza. Se retiran. Sí, se están retirando. Al sol le falta muy poco para ocultarse y deben de preferir celebrar su victoria a la luz del día. No necesitan apresurarse: nosotras no podemos escapar y no existe nadie que pueda ayudarnos. Dios nos ha concedido una noche más. Una larga noche. Tengo todas las velas de la despensa a mi disposición, puesto que ya no las vamos a necesitar. Enciendo una, enciendo tres, enciendo cinco. El cuarto se ilumina con hermosos resplandores de palacio. ¡Y pensar que nos hemos pasado todo el invierno a oscuras para no gastarlas! Las Buenas Mujeres vuelven a bisbisear sus Padrenuestros. Yo mojo la pluma en la tinta quieta. Me tiembla tanto la mano que desencadeno una marejada.

Rosa Montero(Historia del Rey Transparente)

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La historia se ambienta en un agitado siglo XII. Nuestra protagonista, Leola, es una joven campesina que tras verse separada de su familia, tendrá que hacerse pasar por caballero. Así comienza su vertiginoso viaje a una nueva vida, en la que, su elección de enfundarse en una armadura le ayudará a sobrevivir en un mundo belicoso y turbulento. El lector descubrirá de este modo, a través de los ojos de Leola, la época de los trovadores, del nacimiento de las grandes ciudades, de las Cruzadas y de los Santos Lugares; asistirá al conflicto abierto entre la Iglesia y los cátaros, oyendo como música de fondo los ecos de las voces de Merlín y del rey Arturo y la promesa de Avalon.


La primera persona en que está escrita la novela, nos hace acercarnos más a sus personajes y situaciones. Aun estando bastante bien documentada y ambientada, yo no la encuadraría dentro del género histórico, sino más bien de aventuras. Los pequeños toques de fantasía dan originalidad a la historia y nos hacen soñar con reinos perdidos y personajes extraordinarios.

Aunque la historia pueda parecer un tópico, Leola no es la típica heroína a lo Juana de Arco. Su vida más bien es una continua lucha por la supervivencia en la que su personaje se irá enriqueciendo a través de muchas experiencias pasando de ser una inocente plebeya a una curtida e instruida mujer. La evolución vital de Leola invitará a la reflexión en algunos momentos, aunque no de manera muy profunda.

El título del libro esconde un misterio durante toda la trama y sólo al final el lector conocerá su origen en una especie de final abierto. Es un libro ameno, me ha gustado. Aunque a veces pierde un poco de ritmo, es ideal para pasar un rato agradable sin muchas más pretensiones. No es brillante, pero la lectura se hace entretenida y sus personajes entrañables.

18 de febrero de 2008

Almas gemelas

"La amistad es un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas".

Aristóteles
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–Esas niñas no la conocerán bien –objetaba mi madre.

–Pero su laotong sí. Cuando esas dos niñas se casen y se marchen de su casa natal, se conocerán mutuamente mejor de lo que tú o yo conocemos a nuestros esposos.–Mi tía hacía una pausa al llegar a este punto–. A Lirio Blanco se le presenta la oportunidad de seguir un camino diferente al que tomamos tú o yo para llegar hasta aquí–añadía–. La relación con una laotong incrementará su valor y demostrará a los habitantes de Tongkou que merece una buena boda con alguno de ellos. Y, como la unión de dos laotong es para siempre y no se interrumpe cuando las muchachas contraen matrimonio, se fortalecerán los lazos con la gente de Tongkou y tu esposo (y todos nosotros) estará más protegido. Todo eso contribuirá a asegurar la posición de Lirio Blanco en la habitación de arriba de la casa de su futuro esposo. No será una lisiada, sino una mujer con unos lotos dorados perfectos, que ya habrá demostrado lealtad, fidelidad y capacidad para escribir en nuestra caligrafía secreta, pues durante años habrá sido laotong de una niña del pueblo de su marido.

Esta conversación, con innumerables variaciones, tenía lugar todos los días, y yo la escuchaba siempre. Lo que no lograba oír era cómo mi madre trasladaba todo esto a mi padre por la noche en la cama. Mi unión con Flor de Nieve le resultaría cara a mi padre–el continuo intercambio de regalos entre las laotong y sus familias, compartir nuestra comida y el agua con ella durante sus visitas a nuestra casa y los gastos de mis viajes a Tongkou–, y él no tenía dinero. Pero, como había dicho la señora Wang, era tarea de mi madre convencerlo de que aquella unión nos convenía. Mi tía también colaboraba susurrando cosas al oído de mi tío, pues el futuro de Luna Hermosa estaba ligado al mío. Quien diga que las mujeres no pueden influir en las decisiones de los hombres comete un enorme y estúpido error.

Al final mi familia escogió la opción que yo deseaba. Después hubo que decidir cómo contestaría a Flor de Nieve. Mi madre me ayudó a acabar un par de zapatos que yo estaba bordando para enviárselos como primer regalo, pero no sabía aconsejarme respecto a la respuesta escrita. Normalmente el mensaje de respuesta se mandaba en otro abanico, que pasaría a formar parte de lo que podríamos considerar el intercambio de regalos de “boda”. Pero a mí se me había ocurrido algo que rompía con la tradición. Cuando vi la guirnalda entretejida de Flor de Nieve en la parte superior del abanico, pensé en el viejo dicho: “Jacintos y papayas, largas enredaderas y profundas raíces. Las palmeras que crecen tras los muros del jardín, con profundas raíces, duran mil años”. Para mí esas palabras resumían cómo deseaba que fuera nuestra relación: profunda, entrelazada, eterna. Quería que aquel abanico fuera símbolo de ello. Sólo tenía siete años y medio, pero ya intuía en qué se convertiría aquel abanico con todos sus mensajes secretos.


Lisa See (El abanico de seda)

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Con la China antigua de tradiciones milenarias como contexto, se narra la especial relación entre dos mujeres que de niñas fueron unidas en calidad de laotong o "almas gemelas", un vínculo que dura toda la vida, mucho más importante que el que representan las hermanas de juramento o incluso que el matrimonio. Ambas pasarán juntas por el trance del vendado de los pies y aprenderán todo lo que una mujer debe saber para ser una buena esposa.

En un mundo donde la mujer está sometida a la férrea autoridad masculina, ellas encontrarán su refugio en el nu shu, la escritura secreta de las mujeres, que usarán para mantener una continua correspondencia que las invita a soñar y a imaginar un mundo diferente. En abanicos y pañuelos darán cuenta de lo que nadie conoce: sus más íntimos pensamientos y emociones, y gracias a esa vía secreta de comunicación se consolarán de las penalidades del matrimonio y la maternidad. Estos mensajes cumplirán también una función de rebeldía, de reivindicación de su dignidad. Como hijas, como esposas, como madres y como amigas.


Desde el punto de vista del ambiente en el que transcurre la historia, es un relato muy interesante para conocer las ancestrales costumbres y tradiciones al mismo tiempo que retrata cómo era la vida diaria de las familias. La lectura se hace fácil y amena mientras te adentras en el día a día de los personajes. La historia se centra con más detenimiento en el entorno de las mujeres y te traslada a la dura realidad de sus vidas de sumisión y obediencia.

Aunque la temática pueda parecer más atractiva para las mujeres, es una novela agradable que recomiendo a todos aquellos que disfruten con historias de relaciones humanas cotidianas y sinceras, así como conociendo mundos antiguos y exóticos como lo es la China milenaria de los emperadores.

14 de febrero de 2008

El chico de los ojos de alcaraván

"Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil".

William Faulkner
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El maestro llamó un día a Alfanhuí para darle el título oficial. Aquel día le contó sus últimos secretos. Alfanhuí contó, a su vez, cómo había conseguido la sangre del ocaso cuando vivía con su madre. El maestro le dio la mano y le regaló un lagarto de bronce verde.

Tiempo después discurrieron un nuevo experimento. Extrajeron principios de vida de los ovarios de algunos pájaros y los injertaron en el castaño. Pusieron principios de varios pájaros de distinta especie, y esperaron de nuevo el tiempo de las castañas.

Cuando llegó ese tiempo, Alfanhuí y su maestro esperaban la sorpresa con alegría. Hicieron la cosecha del castaño y se pusieron a abrir los frutos uno por uno, porque no sabían cuáles estaban injertados y eran por fuera todos iguales. Abrían castañas y castañas y las iban echando en un talego. Por fin apareció un fruto injertado. Alfanhuí lo abrió cuidadosamente y encontró un huevo blando de color verde. El cascarón era como de tela, como las camisas de los percebes, y se sentía dentro una cosa, como un pañuelo arrugado. El maestro pensó que era preciso que aquel huevo se incubara, para que el animal tuviera vida y lo pusieron al sol sobre la rueda del molino. Encontraron más de veinte frutos injertados y de varios colores, y con todos hicieron lo mismo.

Al cabo de los días, los huevos empezaron a moverse como hombres dentro de un saco. Alfanhuí y su maestro se decidieron a abrirlos. Rajaron la película del primero y apareció una cosa de colores, como un puñado de hojas lacias y arrugadas. Vieron que aquello se desdoblaba y se abría como un pañuelo, y pronto tuvieron ante los ojos un extraño pájaro. Todas las formas de su cuerpo eran planas como el papel y tenía las plumas de hojas. En lugar de tener dos alas tenía cinco, desigualmente dispuestas. Tenía tres patas y dos cabezas aplastadas también como todo lo demás. Alfanhuí y su maestro comprendieron que aquel pájaro había nacido con simetría vegetal y no estaban, por tanto, determinadas ni el número ni el orden de cada parte de su cuerpo como en un árbol no está determinado el número ni el orden de las ramas. Pero reconocieron que había nacido de un embrión de garza, porque las formas aisladas reproducían las de aquel pájaro, aunque sin volumen, como dibujadas en un papel. Tenía los colores muy vivos y piaba muy bajito, como cuando se silba entre dientes. El maestro lo cogió y lo lanzó al aire. Desplegó el pájaro sus cinco alas y se puso a volar a tirones por el viento, como un trapo de colorines, columpiándose como una hoja seca y sin rumbo decidido, yendo y viniendo por el aire como una mariposa. Alfanhuí y su maestro se entusiasmaron y abrieron los huevos.

El cielo del jardín se llenó de aquellos pájaros de colores, más pequeños y más grandes, que hacían su primer vuelo y no se alejaban de allí. Parecía que habían sido echados al aire los disfraces de carnaval de una fiesta de pájaros o que habían lanzado pasquines desde un balcón.

Era una bandada ingrávida y maravillosa que se movía por el cielo a desgarrones, en un armonioso desconcierto. Ninguna bandada se había visto nunca tan desordenada y alegre, tan viva y disparatada.

Alfanhuí y su maestro reconocieron en cada pájaro vegetal la especie animal de que descendía y se quedaron embelesados mirando aquel vuelo extraño por el jardín y escuchando aquel piar silencioso y variado, como un restregar de cueros o un afilar de cuchillos.


Rafael Sánchez Ferlosio(Industrias y andanzas de Alfanhuí)

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Una novela ciertamente volcada del lado de la fantasía no era lo más habitual en el panorama literario de los años 50, cuando el feroz realismo se imponía como género por excelencia de aquella década no menos gris. Alfanhuí, cuando apareció en 1951, supuso una ventana abierta a lo poético.

La novela sorprendió por la pulcritud de su estilo y por el interés del argumento; pero también porque no parecía fácil decidir si era un último ejemplo sublimado de la novela picaresca española, o el primer relato español, dentro del realismo mágico.

Un niño que recorrerá Castilla, un pequeño Quijote, nos irá mostrando el mundo tal y como él lo ve, una "historia llena de mentiras verdaderas" con un carácter mágico.



En mi opinión es una novela para disfrutar con todos los sentidos. Sus capítulos, de poco más de dos páginas, son pequeños cuadros de una gran galería que en conjunto ambientan un mundo real pero lleno de magia. Al estilo de "Cien años de soledad", el autor te invita a entrar en un mundo cotidiano y cercano en el que, sin embargo, hay muchas pinceladas de fantasía.

Recomiendo, sobre todo a lectores impacientes, leerlo en pequeñas dosis. Primero, para evitar el aburrimiento que puede causar una descripción continuada de diferentes ambientes sin que exista una acción trepidante, segundo porque así se pueden "paladear" mejor los paisajes que forman esta obra llena de colores, texturas y aromas.

11 de febrero de 2008

Triste

"El odio no se quita con el tormento, ni se expía por el martirio, ni se borra con sangre derramada".

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El domingo por la tarde me escondí detrás de un árbol, en una plaza ajardinada que hay frente al edificio donde vivía Santi con su madre hasta poco antes de casarnos. A la hora que yo me figuraba, lo vi salir del portal y alejarse hacia la boca del metro. A Emili no le sorprendió mi llegada. Fuimos al grano. Me pidió, en el tono afable de costumbre, que la acompañara al final del pasillo. Nos detuvimos delante de la fotografía del señor de las gafas y el bigote. "Los líos mentales de Santiago tienen que ver con él." Al pronto no comprendí. ¿O es que aquel hombre de aspecto sosegado, con corbata burguesa y su pinta de devoto había usado tanta severidad que, a los veintitantos años de su muerte, continuaba aterrorizando al hijo? Para salir de dudas, le pregunté a Emili qué clase de hombre había sido su marido. Respondió que cariñoso y trabajador como él solo, aunque tirando a serio. "¿Y de qué murió?" "No murió. Lo mataron." Durante unos instantes me quedé sin habla. Ella, que debió de notar mi turbación, rompió sin inmutarse el silencio que a mí me resultaba tan embarazoso. "Era un cabezota. Nos avisaron que su nombre había aparecido en una lista, pero él se consideraba tan poco importante que rechazó la escolta. ¿Santiago no te ha contado nada de esto?" "Pues hasta ahora, no." "Una vez quité la fotografía del pasillo porque me lo mandó el psicólogo. Decía que al niño le vendrían recuerdos amargos cada vez que la mirase. No veas qué mal le sentó a Santiago. La tuve que sacar del ropero y volverla a su lugar. Bueno, pues ni siquiera entonces cambiamos una palabra sobre lo que pasó con su padre.” Yo había observado a Emili mientras hablaba. Comprendí que lo que de víspera me había parecido una expresión de bondad y ternura era en realidad la marca de un prolongado sufrimiento. De un sufrimiento vivido a solas. Se me puso un nudo en la garganta cuando dijo: “A mí me queda poca vida, pero Santiago aún tiene un largo trecho por delante. Te pido por Dios que me lo cures. Yo no he podido. Ésa es mi mayor espina”.

Fernando Aramburu (Los peces de la amargura)

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A manera de crónicas o reportajes, de testimonios en primera persona, de cartas o relatos contados a los hijos, este libro recoge fragmentos de vidas marcadas por el conflicto vasco en las que, sin dramatismo aparente, sólo asoma la emoción –a la par que el homenaje o la denuncia– de manera indirecta o inesperada.


Es difícil empezar a leer las historias en principio modestas, de una engañosa sencillez y no sentirse conmovido, sacudido –a veces, indignado– por la verdad humana con que están hechas. Se trata de una temática extremadamente dolorosa para tantas y tantas víctimas del crimen basado en la excusa política, que sólo un autor vasco, que vive el problema de cerca, podría contar de manera tan verídica y creíble. La variedad y originalidad de los narradores y de los enfoques, la riqueza de los personajes y sus diferentes vivencias logran componer, a modo de novela coral, un cuadro imborrable de los años de plomo y sangre que se han vivido en Euskadi.

El tonto, la ingenua, el viejo verde y la viuda negra...

"Ningún tonto se queja de serlo, no les debe ir tan mal..."

Noel Clarasó
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Lockhart había cosechado ya algún que otro éxito en Sandicott Crescent. Tras haber enviado a Little Willie, el perro salchicha de los Pettigrew, a esa otra vida sobre cuya existencia los Wilson no tenían ya ninguna duda, empezó a gozar de una mayor libertad de movimientos en sus expediciones en solitario por la reserva de aves y los jardines. El señor Grabble, que tenía una esposa a la que Lockhart ya había tenido ocasión de ver en brazos del señor Simplon, era delegado en Europa de una empresa de ingeniería electrónica y viajaba al extranjero con regularidad. La señora Grabble y el señor Simplon aprovechaban estas ausencias para concertar lo que Lockhart llamaba “sus citas”. El señor Simplon dejaba su coche aparcado a dos calles de distancia y se trasladaba al hogar de la señora Grabble a pie. Cuando la cita se daba por terminada, volvía andando hasta su coche y regresaba a su casa junto a su esposa, en el número 5. Investigaciones posteriores revelaron que el señor Grabble había dejado un número de teléfono de Amsterdam, donde siempre se le podía localizar en caso de que una emergencia así lo requiriera. Lockhart lo descubrió gracias a la sencilla maniobra de abrir la puerta principal del número 2, con la llave del difunto señor Sandicott, y revolver el escritorio de los Grabble hasta encontrar una agenda. Así pues, una calurosa tarde de junio Lockhart se tomó la molestia de enviar un telegrama a Amsterdam en el que aconsejaba al señor Grabble que regresara a su casa lo antes posible, por encontrarse su mujer enferma de tal gravedad que su traslado no era aconsejable. Después de firmarlo con el nombre ficticio de doctor Lockhart, se encaramó sin ser visto a un poste de telégrafos de la reserva natural de aves y cortó la línea de los Grabble. Una vez hecho esto, regresó a su casa y se tomó una taza de té, para volver a salir al anochecer y apostarse en la esquina de la calle en la que el señor Simplon solía dejar su coche aparcado. El coche ya estaba allí.

Habían pasado veinticinco minutos escasos cuando el señor Grabble, conduciendo de un modo temerario, más preocupado por su mujer de lo que ella se merecía y sin ningún miramiento para con el resto de usuarios de la calzada, pasó por East Pursley como una exhalación hasta desembocar en Sandicott Crescent. El coche no estaba en su sitio cuando el señor Simplon, desnudo y cubriéndose las partes pudendas con ambas manos, huyó precipitadamente por el caminito del garaje de los Grabble y dobló la esquina enloquecido. En efecto, el coche estaba en el garaje de los Simplon , donde Lockhart lo había aparcado con un bocinazo alegre que advertía a la señora Simplon que su maridito estaba en casa, antes de cruzar el campo de golf tranquilamente para ir a reunirse con Jessica en el número 12. A su espalda, los números 5 y 2 vivían un holocausto doméstico. El descubrir que su esposa, lejos de estar enferma, estaba atareada copulando ardientemente con un vecino que, por ende, nunca le había caído bien, y que le habían obligado a venir desde Amsterdam hecho un manojo de nervios únicamente para restregarle aquella cosa tan fea por las narices –que tampoco se había olido hasta entonces, fue demasiado para la capacidad de aguante del señor Grabble. Los alaridos de la señora Grabble y los chillidos de su esposo, que utilizó primero un paraguas y luego, tras romperlo, una lámpara Anglepoise que encontró encima de la mesita de noche para expresar sus sentimientos, se oían desde la otra punta de la calle. Resultaban especialmente audibles desde la casa de sus vecinas, las señoritas Musgrove, que habían invitado al vicario y a su mujer a cenar. También fueron audibles para la señora Simplon. El hecho de que su marido, que acababa de aparcar en el garaje, apareciera con tanta frecuencia en las invectivas del señor Grabble la indujo a investigar la paradoja de que su marido pudiera encontrarse en dos lugares distintos a la vez. Un nuevo comentario del señor Grabble le proporcionó un tercer lugar: la señora Grabble. La señora Simplon apareció en el umbral de la puerta exactamente en el mismo momento en que el vicario –empujado tanto por la curiosidad de las señoritas Musgrove como por su deseo de interferir en un desastre doméstico se asomaba a la puerta del número 4. La colisión del vicario con un señor Simplon desnudo, que había hecho acopio de todo su valor y regresaba a su casa corriendo, tuvo por lo menos la ventaja de aclararle qué había estado haciendo su marido y con quién en casa de los Grabble. Y no es que hicieran falta tantas explicaciones. El señor Grabble había mostrado mucha claridad al respecto. Sin embargo, el reverendo Truster no estaba tan bien informado. Como no había visto nunca al señor Grabble en carne y huesos dio por supuesto que aquel hombre desnudo que temblaba en el suelo a sus pies era un pecador, que maltrataba a su esposa y acudía a él arrepentido.

– Hijo mío –le dijo el vicario–, éste no es modo de enfocar la vida conyugal.

Tom Sharpe (El bastardo recalcitrante)

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Lockhart Flawse, hijo ilegítimo cuya madre murió en el parto sin revelar la identidad de su padre, vive con su abuelo, un viejo verde de lujuria incontenible. Su abuelo se niega a inscribirle en el registro hasta no saber quién es el padre del chico y sólo se dirige a él llamandole "bastardo". Lockhart crece inocente e ingenuo en las montañas de Escocia, amparado por un extraño mayordomo, pastor y único sirviente de la mansión de su abuelo.

Pasa el tiempo y el abuelo decide irse de crucero con Lockhart con una doble intención: conseguir una mujer para satisfacer sus ardientes deseos y buscarle una esposa a su nieto para deshacerse de él. Durante el viaje, el joven se enamora de una chica igualmente ingenua, con los mismos problemas que él para entender los secretos de la vida, pero convencida de que Lockhart es su príncipe azul. Con ella viaja su madre, una ambiciosa y despiadada viuda dispuesta a cazar al señor Flawse, aprovecharse de fortuna y acabar pronto con su vida. Pero los objetivos contrapuestos de todos estos personajes acabarán por enredarlo todo.



Una comedia desternillante, de diálogos ingeniosos que arrancan más de una carcajada. No se trata de una novela enriquecedora para el lector, pero sin duda se pasa un buen rato deborando sus páginas. La más aguda ironía se entremezcla con situaciones absurdas provocadas por la misma naturaleza de los personajes. En definitiva, un despiadado estallido de humor negro y ácida comicidad vertido sobre las costumbres, historia y sociedad británica.

10 de febrero de 2008

El estafador que se hizo cartero

"Un libro, aun sin ser mágico, es tremendamente peligroso. Una persona se sienta a escribir un libro sobre política económica, y miles de personas mueren simplemente porque alguien no ha entendido el chiste".

Terry Pratchett

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‘The first interesting thing about angels, Mr Lipwig, is that sometimes, very rarely, at a point in a man’s career where he has made such a foul and tangled mess of his life that death appears to be the only sensible option, an angel appears to him, or, I should say, unto him, and offers him a chance to go back to the moment when it all went wrong, and this time do it right. Mr Lipwig, I should like you to think of me as . . . an angel.’

Moist stared. He’d felt the snap of the rope, the choke of the noose! He’d seen the blackness welling up! He’d died!

‘I’m offering you a job, Mr Lipwig. Albert Spangler is buried, but Mr Lipwig has a future. It may, of course, be a very short one, if he is stupid. I am offering you a job, Mr Lipwig. Work, for wages. I realize the concept may not be familiar.’

Only as a form of hell, Moist thought.

‘The job is that of Postmaster General of the Ankh-Morpork Post Office.’

Moist continued to stare.

‘May I just add, Mr Lipwig, that behind you there is a door. If at any time in this interview you feel you wish to leave, you have only to step through it and you will never hear from me again.’

Moist filed that under ‘deeply suspicious’.

‘To continue: the job, Mr Lipwig, involves the refurbishment and running of the city’s postal service, preparation of the international packets, maintenance of Post Office property, et cetera, et cetera—’

‘If you stick a broom up my arse I could probably sweep the floor, too,’ said a voice. Moist realized it was his. His brain was a mess. It had come as a shock to find that the afterlife is this one.

Lord Vetinari gave him a long, long look.

‘Well, if you wish,’ he said, and turned to a hovering clerk. ‘Drumknott, does the housekeeper have a store cupboard on this floor, do you know?’

‘Oh, yes, my lord,’ said the clerk. ‘Shall I—’

‘It was a joke!’ Moist burst out.

‘Oh, I’m sorry, I hadn’t realized,’ said Lord Vetinari, turning back to Moist. ‘Do tell me if you feel obliged to make another one, will you?’

‘Look,’ said Moist, ‘I don’t know what’s happening here, but I don’t know anything about delivering post!’

‘Mr Moist, this morning you had no experience at all of being dead, and yet but for my intervention you would nevertheless have turned out to be extremely good at it,’ said Lord Vetinari sharply. ‘It just goes to show: you never know until you try’

Terry Pratchett (Going Postal)

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Moist von Lipwig, un escurridizo estafador con varias identidades, es al fin capturado y condenado a muerte en la ciudad de Ankh-Morpork. Sin embargo, Lord Vetinari, el gobernador de la ciudad, tiene planes

para él. Trás simular su muerte, le "sugerirá" aceptar el puesto de director de la oficina de correos de la ciudad, organismo que, desde hace decadas está inutilizado y cuyos últimos directores habían encontrado una horrible muerte en circunstancias misteriosas.

Impulsado por la idea de hacer renacer lo que antaño fue un próspero negocio, pasará por dificultades que sólo su ingenio de ex-farsante podría resolver. En su lucha por reconstruir la oficina de correos tendrá a sus más temibles enemigos en la compañía de las "Torres de luz", cuyo sistema de mensajería hasta entonces sin rival, se ve amenazado ante el creciente éxito de Moist.


Como el resto de los libros de la serie, Going Postal nos sumerge en un mundo de ciencia ficción que es, sin embargo, muy real. Al cabo de unas páginas, hasta el suceso más extraordinario nos parece cotidiano.

La maestría del autor se ve sobre todo reflejada en el tono irónico y en la larga lista de guiños al lector con los que elabora una crítica profunda de la sociedad en la que vivimos en clave de humor. Por estas razón es aconsejable leerlo en versión original para no perderse algunos matices de los juegos de palabras que no se conservan en la traducción.

Es un libro que rebosa ingenio y cuya lectura además de divertida se hace casi compulsiva una vez que te has introducido en el "Mundodisco". Muy recomendable para aquellos que disfrutan con el humor inteligente y las novelas de aventuras.

¿Metamorfosis?

"Desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos".

Harold Bloom
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- Ôshima, seas lo que seas, a mí me gustas, ¿sabes? -le digo. Es la primera vez en mi vida que pronuncio unas palabras parecidas. Me sonrojo.

- Gracias -dice Ôshima. Luego me pone con suavidad una mano en el hombro-. Es cierto que soy un poco diferente a los demás. Pero, fundamentalmente, yo también soy un ser humano. Me gustaría que lo tuvieras claro. No soy ningún fantasma. Soy un hombre normal. Y siento lo mismo que los demás, actúo igual que ellos. Sin embargo, a veces esta pequeña diferencia me parece un abismo insalvable. Claro que esto no tiene solución, lo mires como lo mires.

Alcanza el largo y afilado lápiz de encima del mostrador y se lo queda contemplando. El lápiz parece una extensión de sí mismo.

- Esto quería confesártelo lo antes posible. Quería que lo oyeras directamente de mis labios antes de que te lo dijera otra persona. Así que hoy…, en fin, ésta ha sido una buena ocasión. Claro que no puede decirse que haya resultado muy agradable, ¿no?

Asiento.

- Pero, tal como puedes ver, también soy un ser humano y también me he sentido discriminado en diversas ocasiones –explica Ôshima-. Y sólo una persona que haya sido discriminada sabe lo que eso representa y lo profundamente que hiere. La herida es diferente en cada persona y en cada persona deja una huella distinta. Así que a mí nadie me gana en lo que se refiere a pedir justicia o equidad. Sólo que ya estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas. Personas, en definitiva, como esa pareja de antes.- Ôshima suspira y hace girar entre sus dedos el largo lápiz-. Sean gays, lesbianas, heterosexuales, feministas, cerdos fascistas, comunistas, Hare Krishnas. A mí tanto me da. A mí no me importa la bandera que enarbolen. Lo que no puedo soportar es a esos tipos huecos. Y cuando se pone uno delante no me puedo aguantar. Acabo soltando más cosas de la cuenta. Antes, por ejemplo, hubiera podido dejar que hablasen. O llamar a la señora Saeki y permitir que ella se encargara del asunto. Ella lo habría solucionado con cuatro sonrisas. Pero yo soy incapaz de hacerlo. Acabo diciendo cosas que no debería decir, haciendo cosas que no debería hacer. No puedo controlarme. Ése es mi punto débil. ¿Y sabes por qué?

- ¿Por qué si te tomaras en serio a cada una de las personas sin imaginación que se te pusieran delante no darías abasto? –pregunto.

- Exacto – dice Ôshima. Y con la goma del lápiz se aprieta suavemente la sien-. En realidad, es eso. Pero quiero que recuerdes una cosa Kafka Tamura. Y es que los que mataron al novio adolescente de la señora Saeki no fueron otros que esa clase de sujetos. Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo. Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante qué es correcto y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se reproducen hasta el infinito. Y eso no hay manera de detenerlo. Y yo, semejantes sujetos, no quiero que entren aquí. –Ôshima señala las estanterías con la punta del lápiz. Se refería, por supuesto, a la totalidad de la biblioteca-. Yo no puedo tomarme a risa a gente como ésa.

Haruki Murakami (Kafka en la orilla).

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Al cumplir los 15 años, Kafka Tamura se marcha de casa. Las malas relaciones con su padre, un escultor famoso convencido de que su hijo habrá de repetir el aciago sino del Edipo de la tragedia clásica, y la sensación de vacío producida por la ausencia de su madre y su hermana que les abandonaron siendo él pequeño son las razones de su huida. Por caprichos del destino llegará a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca, travará amistad con Ôshima el bibliotecario y conocerá a una misteriosa mujer.

Otra historia, la de Satoru Nakata, se entrelaza con la de Kafka. En su infancia sufrió un extraño accidente que lo marcaría de por vida. A los sesenta años, pobre y solitario, abandona Tokio y emprende un viaje que le llevará a cruzarse con Kafka. Vidas y destinos se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni voluntades. Pero a veces hasta los oráculos se equivocan.


Creo que lo que más me llamó la atención del libro fue la originalidad con la que está escrito. El solapamiento de tiempos da lugar, no sólo a una serie de flashbacks corrientes, sino a una línea temporal en la que es difícil discernir entre el pasado y el presente, y que transmite una sensación de surrealismo que te atrapa en la historia. Asimismo, sueño y vigilia se funden creando una atmósfera extraña pero absorbente.

Sus personajes existen en un mundo caracterizado por su inestabilidad psicológica; unas veces viven traumatizados por asuntos personales, mientras en ocasiones experimentan circunstancias paranormales, provenientes de un entorno donde ocurren cosas extrañas.

La trama, enrevesada en algunos momentos, despierta la curiosidad del lector en cada nuevo y sorprendente acontecimiento. Quizá el que queden cabos sueltos puede dejar a algunos con la decepcionante sensación de un argumento inconcluso, pero a mi me pareció que, a la vista del patrón seguido por el autor, no había otra forma de acabar que dejando algún misterio por resolver. En conjunto se trata de una obra inusual que me atrapó desde la primera página.