10 de febrero de 2008

¿Metamorfosis?

"Desde una perspectiva puramente literaria, ésta es la época de Kafka, más incluso que la de Freud. Freud, siguiendo furtivamente a Shakespeare, nos ofreció el mapa de nuestra mente; Kafka nos insinuó que no esperáramos utilizarlo para salvarnos, ni siquiera de nosotros mismos".

Harold Bloom
* * * * *

- Ôshima, seas lo que seas, a mí me gustas, ¿sabes? -le digo. Es la primera vez en mi vida que pronuncio unas palabras parecidas. Me sonrojo.

- Gracias -dice Ôshima. Luego me pone con suavidad una mano en el hombro-. Es cierto que soy un poco diferente a los demás. Pero, fundamentalmente, yo también soy un ser humano. Me gustaría que lo tuvieras claro. No soy ningún fantasma. Soy un hombre normal. Y siento lo mismo que los demás, actúo igual que ellos. Sin embargo, a veces esta pequeña diferencia me parece un abismo insalvable. Claro que esto no tiene solución, lo mires como lo mires.

Alcanza el largo y afilado lápiz de encima del mostrador y se lo queda contemplando. El lápiz parece una extensión de sí mismo.

- Esto quería confesártelo lo antes posible. Quería que lo oyeras directamente de mis labios antes de que te lo dijera otra persona. Así que hoy…, en fin, ésta ha sido una buena ocasión. Claro que no puede decirse que haya resultado muy agradable, ¿no?

Asiento.

- Pero, tal como puedes ver, también soy un ser humano y también me he sentido discriminado en diversas ocasiones –explica Ôshima-. Y sólo una persona que haya sido discriminada sabe lo que eso representa y lo profundamente que hiere. La herida es diferente en cada persona y en cada persona deja una huella distinta. Así que a mí nadie me gana en lo que se refiere a pedir justicia o equidad. Sólo que ya estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas. Personas, en definitiva, como esa pareja de antes.- Ôshima suspira y hace girar entre sus dedos el largo lápiz-. Sean gays, lesbianas, heterosexuales, feministas, cerdos fascistas, comunistas, Hare Krishnas. A mí tanto me da. A mí no me importa la bandera que enarbolen. Lo que no puedo soportar es a esos tipos huecos. Y cuando se pone uno delante no me puedo aguantar. Acabo soltando más cosas de la cuenta. Antes, por ejemplo, hubiera podido dejar que hablasen. O llamar a la señora Saeki y permitir que ella se encargara del asunto. Ella lo habría solucionado con cuatro sonrisas. Pero yo soy incapaz de hacerlo. Acabo diciendo cosas que no debería decir, haciendo cosas que no debería hacer. No puedo controlarme. Ése es mi punto débil. ¿Y sabes por qué?

- ¿Por qué si te tomaras en serio a cada una de las personas sin imaginación que se te pusieran delante no darías abasto? –pregunto.

- Exacto – dice Ôshima. Y con la goma del lápiz se aprieta suavemente la sien-. En realidad, es eso. Pero quiero que recuerdes una cosa Kafka Tamura. Y es que los que mataron al novio adolescente de la señora Saeki no fueron otros que esa clase de sujetos. Sujetos estrechos de miras, intolerantes y sin imaginación. Tesis desconectadas de la realidad, terminología vacía, ideales usurpados, sistemas inflexibles. Son estas cosas las que a mí, realmente, me dan miedo. Son estas cosas las que yo temo y odio con todo mi corazón. Es importante qué es correcto y qué no lo es, por supuesto. Sin embargo, los errores de juicio personales pueden corregirse en la mayoría de los casos. Si uno tiene la valentía de reconocer su error, las cosas, generalmente, se pueden arreglar. Pero la estrechez de miras y la intolerancia de la gente sin imaginación son igual que parásitos. Provocan cambios en el cuerpo que les acoge y, mudando de forma, se reproducen hasta el infinito. Y eso no hay manera de detenerlo. Y yo, semejantes sujetos, no quiero que entren aquí. –Ôshima señala las estanterías con la punta del lápiz. Se refería, por supuesto, a la totalidad de la biblioteca-. Yo no puedo tomarme a risa a gente como ésa.

Haruki Murakami (Kafka en la orilla).

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Al cumplir los 15 años, Kafka Tamura se marcha de casa. Las malas relaciones con su padre, un escultor famoso convencido de que su hijo habrá de repetir el aciago sino del Edipo de la tragedia clásica, y la sensación de vacío producida por la ausencia de su madre y su hermana que les abandonaron siendo él pequeño son las razones de su huida. Por caprichos del destino llegará a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca, travará amistad con Ôshima el bibliotecario y conocerá a una misteriosa mujer.

Otra historia, la de Satoru Nakata, se entrelaza con la de Kafka. En su infancia sufrió un extraño accidente que lo marcaría de por vida. A los sesenta años, pobre y solitario, abandona Tokio y emprende un viaje que le llevará a cruzarse con Kafka. Vidas y destinos se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni voluntades. Pero a veces hasta los oráculos se equivocan.


Creo que lo que más me llamó la atención del libro fue la originalidad con la que está escrito. El solapamiento de tiempos da lugar, no sólo a una serie de flashbacks corrientes, sino a una línea temporal en la que es difícil discernir entre el pasado y el presente, y que transmite una sensación de surrealismo que te atrapa en la historia. Asimismo, sueño y vigilia se funden creando una atmósfera extraña pero absorbente.

Sus personajes existen en un mundo caracterizado por su inestabilidad psicológica; unas veces viven traumatizados por asuntos personales, mientras en ocasiones experimentan circunstancias paranormales, provenientes de un entorno donde ocurren cosas extrañas.

La trama, enrevesada en algunos momentos, despierta la curiosidad del lector en cada nuevo y sorprendente acontecimiento. Quizá el que queden cabos sueltos puede dejar a algunos con la decepcionante sensación de un argumento inconcluso, pero a mi me pareció que, a la vista del patrón seguido por el autor, no había otra forma de acabar que dejando algún misterio por resolver. En conjunto se trata de una obra inusual que me atrapó desde la primera página.

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