16 de febrero de 2009

Crímenes dantescos

"Lasciate ogne speranza, voi ch'intrate".

Dante Alighieri (Inferno III:9)

* * * * *

—Por favor, no demos un salto a ciegas. Primero escúchenme —dijo Longfellow—. ¿Quién está enterado de esos crímenes en Boston y Cambridge?

—Bien, ésa es la cuestión —replicó Lowell, a quien atemorizaba mostrarse ineducado con el único hombre, después de su difunto padre, al que veneraba—. ¡Todos en esta bendita ciudad, Longfellow! Uno aparece en primera plana de todos los periódicos. —Señaló los titulares con la muerte de Healey—. Y le seguirá el crimen de Talbot antes de que cante el gallo. ¡Un juez y un predicador! ¡Mantener al público alejado de eso sería tanto como privarlo del bistec y la cerveza!

—Muy bien. ¿Y quién más en la ciudad tiene conocimiento de Dante? ¿Quién más sabe que le piante erano a tutti accese intrambe? ¿Cuántos de los que pasean por las calles Washington y School, mirando las tiendas o deteniéndose en Jordan y Marsh para ver la última moda de sombreros, piensan que rigavan lor di sangue il volto, che, mischiato di lagrime, y se imaginan el espanto de esos fastidiosa vermi, esos enojosos gusanos?

»Díganme quién en nuestra ciudad, no, en Norteamérica hoy día, conoce las palabras de Dante en su obra, en cada canto, en cada terceto. ¿Saben lo suficiente para empezar a pensar en cómo convertir los detalles de los castigos del Inferno de Dante en modelos de asesinato?

En el estudio de Longfellow, el más apreciado de Nueva Inglaterra por los amantes de la conversación, se hizo un misterioso silencio. Nadie en la estancia pensó en responder a la pregunta, porque la estancia misma era la respuesta: Henry Wadsworth Longfellow, el profesor James Russell Lowell, el profesor doctor Oliver Wendell Holmes, James Thomas Fields y un reducido número de amigos y colegas.

—¡Santo Dios! —exclamó Fields—. Sólo un puñado de personas sería capaz de leer italiano, por no hablar del italiano de Dante, e incluso, entre los que pudieran sacar algo en limpio con la ayuda de libros de gramática y diccionarios, ¡la mayoría nunca ha tenido en las manos un ejemplar de las obras de Dante! — Fields debía saberlo. El negocio del editor consistía en conocer los hábitos de lectura de cada literato y erudito de Nueva Inglaterra y de los que, fuera, contaran para algo—. Ni lo tendrá —continuó— mientras no se publique en Norteamérica una completa traducción de Dante...


—¿Como esta en
la que estamos trabajando? —Longfellow tomó las pruebas del canto decimosexto—. Si desvelamos a la policía la precisión con que esos asesinos se han inspirado en Dante y han actuado, ¿a quién podría señalar con suficiente conocimiento para cometer los crímenes?

»No sólo seremos los primeros sospechosos —concluyó Longfellow—. Seremos los principales sospechosos.

—Vamos, mi querido Longfellow —replicó Fields con una risa desesperadamente seria—. Señores, no nos dejemos llevar por las emociones. Miren a su alrededor en esta habitación: profesores, representantes de las fuerzas vivas, poetas, huéspedes frecuentes de senadores y dignatarios, hombres de libros... ¿Quién pensaría realmente que estamos implicados en un asesinato? He hinchado un poco nuestra relevancia para recordarnos que somos hombres de elevada posición en Boston, ¡hombres de la alta sociedad!

—Como el profesor Webster. El patíbulo nos enseña que ninguna ley impide que a un hombre de Harvard lo cuelguen —respondió Longfellow.

El doctor Holmes se puso blanco. Aunque se sintió aliviado porque Longfellow se colocara de su lado, el último comentario lo afectó.

Matthew Pearl (El Club Dante)

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Boston, 1865. Importantes personalidades están siendo brutalmente asesinadas por un criminal inspirado en los tormentos del Infierno de Dante. Sólo los miembros del Club Dante, un grupo de poetas y profesores de Harvard dirigidos por Henry Wadsworth Longfellow, pueden anticiparse al asesino e identificarle. Mientras preparan la primera traducción al inglés de la Divina Comedia enfrentándose a la oposición de la puritana vieja guardia de Harvard, los intelectuales deberán convertirse en detectives y pasar a la acción.

Nicholas Rey, el primer policía negro del departamento de Boston, dirigirá la investigación oficial mientras los miembros del club llevan a cabo sus insólitas pesquisas. Un dantesco infierno medieval se cierne sobre las calles de la ciudad, en una época convulsa por la recién terminada guerra civil, el asesinato del presidente Lincoln y los disturbios raciales.

Aunque la estructura es la típica de una novela de crimen y misterio, introduce una innovación que me ha parecido clave en la originalidad del argumento: los protagonistas no son detectives o policías, ni siquiera hombres de acción; son un grupo de intelectuales, de poetas, más acostumbrados a vivir en el mundo que crean en sus obras que en el real. Sin embargo, se verán obligados a actuar de investigadores en uno de los casos más turbios de asesinatos en serie en su ciudad.

La ambientación, rica en detalles, nos hace adentrarnos en una sociedad americana recién sacudida por una guerra civil que trata de volver a la normalidad. Las posguerras no son épocas fáciles, bien lo sabemos por nuestros abuelos, y el autor rodea la acción de ese ambiente de desasosiego en el que la gente aún no se siente tranquila en sus casas pese a que haya cesado el estallido de balas. Una nueva realidad social, la inserción progresiva de hombres de raza negra en la sociedad blanca, es incorporada en la trama en el personaje del patrullero Rey, el primero en la policía de Boston.

Esta novela, aunque con un inicio lento que se recrea, a mi parecer, demasiado en introducir a todos los personajes, cobra ritmo al cabo de pocos capítulos. Después de este inicio en el que la acción es escasa y la descripción abunda, se comienza a desarrollar una trama ingeniosa que atrapa al lector. El autor sabe combinar pasajes trepidantes con otros más reflexivos en su justa medida y aunque el desenlace no es brillante, se resuelve de una manera coherente. Quizá una pizca más de ingenio en este punto no habría sobrado.

Cierto es que no es una obra maestra, pero se trata de un libro entretenido con el que se puede pasar un buen rato a la vez que uno se adentra en la posguerra americana.

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