"Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil".
William Faulkner
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El maestro llamó un día a Alfanhuí para darle el título oficial. Aquel día le contó sus últimos secretos. Alfanhuí contó, a su vez, cómo había conseguido la sangre del ocaso cuando vivía con su madre. El maestro le dio la mano y le regaló un lagarto de bronce verde.
Tiempo después discurrieron un nuevo experimento. Extrajeron principios de vida de los ovarios de algunos pájaros y los injertaron en el castaño. Pusieron principios de varios pájaros de distinta especie, y esperaron de nuevo el tiempo de las castañas.
Cuando llegó ese tiempo, Alfanhuí y su maestro esperaban la sorpresa con alegría. Hicieron la cosecha del castaño y se pusieron a abrir los frutos uno por uno, porque no sabían cuáles estaban injertados y eran por fuera todos iguales. Abrían castañas y castañas y las iban echando en un talego. Por fin apareció un fruto injertado. Alfanhuí lo abrió cuidadosamente y encontró un huevo blando de color verde. El cascarón era como de tela, como las camisas de los percebes, y se sentía dentro una cosa, como un pañuelo arrugado. El maestro pensó que era preciso que aquel huevo se incubara, para que el animal tuviera vida y lo pusieron al sol sobre la rueda del molino. Encontraron más de veinte frutos injertados y de varios colores, y con todos hicieron lo mismo.
Al cabo de los días, los huevos empezaron a moverse como hombres dentro de un saco. Alfanhuí y su maestro se decidieron a abrirlos. Rajaron la película del primero y apareció una cosa de colores, como un puñado de hojas lacias y arrugadas. Vieron que aquello se desdoblaba y se abría como un pañuelo, y pronto tuvieron ante los ojos un extraño pájaro. Todas las formas de su cuerpo eran planas como el papel y tenía las plumas de hojas. En lugar de tener dos alas tenía cinco, desigualmente dispuestas. Tenía tres patas y dos cabezas aplastadas también como todo lo demás. Alfanhuí y su maestro comprendieron que aquel pájaro había nacido con simetría vegetal y no estaban, por tanto, determinadas ni el número ni el orden de cada parte de su cuerpo como en un árbol no está determinado el número ni el orden de las ramas. Pero reconocieron que había nacido de un embrión de garza, porque las formas aisladas reproducían las de aquel pájaro, aunque sin volumen, como dibujadas en un papel. Tenía los colores muy vivos y piaba muy bajito, como cuando se silba entre dientes. El maestro lo cogió y lo lanzó al aire. Desplegó el pájaro sus cinco alas y se puso a volar a tirones por el viento, como un trapo de colorines, columpiándose como una hoja seca y sin rumbo decidido, yendo y viniendo por el aire como una mariposa. Alfanhuí y su maestro se entusiasmaron y abrieron los huevos.
El cielo del jardín se llenó de aquellos pájaros de colores, más pequeños y más grandes, que hacían su primer vuelo y no se alejaban de allí. Parecía que habían sido echados al aire los disfraces de carnaval de una fiesta de pájaros o que habían lanzado pasquines desde un balcón.
Era una bandada ingrávida y maravillosa que se movía por el cielo a desgarrones, en un armonioso desconcierto. Ninguna bandada se había visto nunca tan desordenada y alegre, tan viva y disparatada.
Alfanhuí y su maestro reconocieron en cada pájaro vegetal la especie animal de que descendía y se quedaron embelesados mirando aquel vuelo extraño por el jardín y escuchando aquel piar silencioso y variado, como un restregar de cueros o un afilar de cuchillos.
Rafael Sánchez Ferlosio(Industrias y andanzas de Alfanhuí)
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Una novela ciertamente volcada del lado de la fantasía no era lo más habitual en el panorama literario de los años 50, cuando el feroz realismo se imponía como género por excelencia de aquella década no menos gris. Alfanhuí, cuando apareció en 1951, supuso una ventana abierta a lo poético.
La novela sorprendió por la pulcritud de su estilo y por el interés del argumento; pero también porque no parecía fácil decidir si era un último ejemplo sublimado de la novela picaresca española, o el primer relato español, dentro del realismo mágico.
Un niño que recorrerá Castilla, un pequeño Quijote, nos irá mostrando el mundo tal y como él lo ve, una "historia llena de mentiras verdaderas" con un carácter mágico.
En mi opinión es una novela para disfrutar con todos los sentidos. Sus capítulos, de poco más de dos páginas, son pequeños cuadros de una gran galería que en conjunto ambientan un mundo real pero lleno de magia. Al estilo de "Cien años de soledad", el autor te invita a entrar en un mundo cotidiano y cercano en el que, sin embargo, hay muchas pinceladas de fantasía.
Recomiendo, sobre todo a lectores impacientes, leerlo en pequeñas dosis. Primero, para evitar el aburrimiento que puede causar una descripción continuada de diferentes ambientes sin que exista una acción trepidante, segundo porque así se pueden "paladear" mejor los paisajes que forman esta obra llena de colores, texturas y aromas.
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