11 de febrero de 2008

Triste

"El odio no se quita con el tormento, ni se expía por el martirio, ni se borra con sangre derramada".

* * * * *

El domingo por la tarde me escondí detrás de un árbol, en una plaza ajardinada que hay frente al edificio donde vivía Santi con su madre hasta poco antes de casarnos. A la hora que yo me figuraba, lo vi salir del portal y alejarse hacia la boca del metro. A Emili no le sorprendió mi llegada. Fuimos al grano. Me pidió, en el tono afable de costumbre, que la acompañara al final del pasillo. Nos detuvimos delante de la fotografía del señor de las gafas y el bigote. "Los líos mentales de Santiago tienen que ver con él." Al pronto no comprendí. ¿O es que aquel hombre de aspecto sosegado, con corbata burguesa y su pinta de devoto había usado tanta severidad que, a los veintitantos años de su muerte, continuaba aterrorizando al hijo? Para salir de dudas, le pregunté a Emili qué clase de hombre había sido su marido. Respondió que cariñoso y trabajador como él solo, aunque tirando a serio. "¿Y de qué murió?" "No murió. Lo mataron." Durante unos instantes me quedé sin habla. Ella, que debió de notar mi turbación, rompió sin inmutarse el silencio que a mí me resultaba tan embarazoso. "Era un cabezota. Nos avisaron que su nombre había aparecido en una lista, pero él se consideraba tan poco importante que rechazó la escolta. ¿Santiago no te ha contado nada de esto?" "Pues hasta ahora, no." "Una vez quité la fotografía del pasillo porque me lo mandó el psicólogo. Decía que al niño le vendrían recuerdos amargos cada vez que la mirase. No veas qué mal le sentó a Santiago. La tuve que sacar del ropero y volverla a su lugar. Bueno, pues ni siquiera entonces cambiamos una palabra sobre lo que pasó con su padre.” Yo había observado a Emili mientras hablaba. Comprendí que lo que de víspera me había parecido una expresión de bondad y ternura era en realidad la marca de un prolongado sufrimiento. De un sufrimiento vivido a solas. Se me puso un nudo en la garganta cuando dijo: “A mí me queda poca vida, pero Santiago aún tiene un largo trecho por delante. Te pido por Dios que me lo cures. Yo no he podido. Ésa es mi mayor espina”.

Fernando Aramburu (Los peces de la amargura)

* * * * *

A manera de crónicas o reportajes, de testimonios en primera persona, de cartas o relatos contados a los hijos, este libro recoge fragmentos de vidas marcadas por el conflicto vasco en las que, sin dramatismo aparente, sólo asoma la emoción –a la par que el homenaje o la denuncia– de manera indirecta o inesperada.


Es difícil empezar a leer las historias en principio modestas, de una engañosa sencillez y no sentirse conmovido, sacudido –a veces, indignado– por la verdad humana con que están hechas. Se trata de una temática extremadamente dolorosa para tantas y tantas víctimas del crimen basado en la excusa política, que sólo un autor vasco, que vive el problema de cerca, podría contar de manera tan verídica y creíble. La variedad y originalidad de los narradores y de los enfoques, la riqueza de los personajes y sus diferentes vivencias logran componer, a modo de novela coral, un cuadro imborrable de los años de plomo y sangre que se han vivido en Euskadi.

No hay comentarios: