"Ningún tonto se queja de serlo, no les debe ir tan mal..."
Lockhart había cosechado ya algún que otro éxito en Sandicott Crescent. Tras haber enviado a Little Willie, el perro salchicha de los Pettigrew, a esa otra vida sobre cuya existencia los Wilson no tenían ya ninguna duda, empezó a gozar de una mayor libertad de movimientos en sus expediciones en solitario por la reserva de aves y los jardines. El señor Grabble, que tenía una esposa a la que Lockhart ya había tenido ocasión de ver en brazos del señor Simplon, era delegado en Europa de una empresa de ingeniería electrónica y viajaba al extranjero con regularidad. La señora Grabble y el señor Simplon aprovechaban estas ausencias para concertar lo que Lockhart llamaba “sus citas”. El señor Simplon dejaba su coche aparcado a dos calles de distancia y se trasladaba al hogar de la señora Grabble a pie. Cuando la cita se daba por terminada, volvía andando hasta su coche y regresaba a su casa junto a su esposa, en el número 5. Investigaciones posteriores revelaron que el señor Grabble había dejado un número de teléfono de Amsterdam, donde siempre se le podía localizar en caso de que una emergencia así lo requiriera. Lockhart lo descubrió gracias a la sencilla maniobra de abrir la puerta principal del número 2, con la llave del difunto señor Sandicott, y revolver el escritorio de los Grabble hasta encontrar una agenda. Así pues, una calurosa tarde de junio Lockhart se tomó la molestia de enviar un telegrama a Amsterdam en el que aconsejaba al señor Grabble que regresara a su casa lo antes posible, por encontrarse su mujer enferma de tal gravedad que su traslado no era aconsejable. Después de firmarlo con el nombre ficticio de doctor Lockhart, se encaramó sin ser visto a un poste de telégrafos de la reserva natural de aves y cortó la línea de los Grabble. Una vez hecho esto, regresó a su casa y se tomó una taza de té, para volver a salir al anochecer y apostarse en la esquina de la calle en la que el señor Simplon solía dejar su coche aparcado. El coche ya estaba allí.
Habían pasado veinticinco minutos escasos cuando el señor Grabble, conduciendo de un modo temerario, más preocupado por su mujer de lo que ella se merecía y sin ningún miramiento para con el resto de usuarios de la calzada, pasó por East Pursley como una exhalación hasta desembocar en Sandicott Crescent. El coche no estaba en su sitio cuando el señor Simplon, desnudo y cubriéndose las partes pudendas con ambas manos, huyó precipitadamente por el caminito del garaje de los Grabble y dobló la esquina enloquecido. En efecto, el coche estaba en el garaje de los Simplon , donde Lockhart lo había aparcado con un bocinazo alegre que advertía a la señora Simplon que su maridito estaba en casa, antes de cruzar el campo de golf tranquilamente para ir a reunirse con Jessica en el número
– Hijo mío –le dijo el vicario–, éste no es modo de enfocar la vida conyugal.
Tom Sharpe (El bastardo recalcitrante)
Lockhart Flawse, hijo ilegítimo cuya madre murió en el parto sin revelar la identidad de su padre, vive con su abuelo, un viejo verde de lujuria incontenible. Su abuelo se niega a inscribirle en el registro hasta no saber quién es el padre del chico y sólo se dirige a él llamandole "bastardo". Lockhart crece inocente e ingenuo en las montañas de Escocia, amparado por un extraño mayordomo, pastor y único sirviente de la mansión de su abuelo.
Pasa el tiempo y el abuelo decide irse de crucero con Lockhart con una doble intención: conseguir una mujer para satisfacer sus ardientes deseos y buscarle una esposa a su nieto para deshacerse de él. Durante el viaje, el joven se enamora de una chica igualmente ingenua, con los mismos problemas que él para entender los secretos de la vida, pero convencida de que Lockhart es su príncipe azul. Con ella viaja su madre, una ambiciosa y despiadada viuda dispuesta a cazar al señor Flawse, aprovecharse de fortuna y acabar pronto con su vida. Pero los objetivos contrapuestos de todos estos personajes acabarán por enredarlo todo.
Una comedia desternillante, de diálogos ingeniosos que arrancan más de una carcajada. No se trata de una novela enriquecedora para el lector, pero sin duda se pasa un buen rato deborando sus páginas. La más aguda ironía se entremezcla con situaciones absurdas provocadas por la misma naturaleza de los personajes. En definitiva, un despiadado estallido de humor negro y ácida comicidad vertido sobre las costumbres, historia y sociedad británica.
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