El sol de Apulia agrieta la tierra sedienta y hace retorcerse de dolor a los olivos. Al sur de Nápoles, allí donde el edén de las playas y los pinos se transforma en un paisaje yermo y sin alma, colgado sobre un balcón de piedra que mira al Mediterráneo, se encuentra Montepuccio, un pueblecito sencillo, de casas encaladas y calles estrechas que siempre acaban en la orilla del mar. En Montepuccio huele a madera de encina, a laurel, a aceite de oliva y a secretos que intentan escapar entre los resquicios de las alcobas. El tiempo hace mucho que dejó de pasar por estas tierras, y los días se repiten al ritmo cadencioso que imponen las azadas de los labradores al golpear la tierra.
Montepuccio podría haber permanecido en este letargo monótono hasta el fin de sus días, pero una mañana, el polvo de los caminos anuncia la llegada al pueblo de un error que se creía olvidado: se trata de Luciano Mascalzone, un pendenciero, un indeseable hijo de Montepuccio que regresa a su tierra tras cumplir condena por el menor de los delitos que había cometido. Y regresa con el único propósito de perpetrar un último crimen antes de morir a manos de aquellos hombres embadurnados de sudor y arena de campo que tanto le habían odiado. A las cuatro de la tarde, a la hora en la que cualquiera que salga a la calle corre el riesgo de perecer evaporado por el tórrido sol de verano, Luciano Mascalzone atraviesa sigilosamente la plaza mayor relamiéndose los labios. Se dirige a casa de Filomena Biscotti. Quiere poseerla por última vez antes de sucumbir a las iras de los vecinos de Montepuccio. Tomar a esa mujer ha sido su obsesión durante los largos años de condena, el único motivo para sobrevivir en aquel infierno de barrotes y piedra. Con ello no sólo saciara su sed de lujuria, si no que también escupirá por última vez sobre el honor de todos y cada uno de los habitantes de aquella tierra embrutecida por el calor y la rutina.
Todo sale tal y como lo había calculado, todo salvo un pequeño imprevisto que cambiará para siempre el sino de Montepuccio: nueve meses después de ese aciago día, Filomena da a luz a Rocco Mascalzone, un niño que con el tiempo se hará un hombre y que, como su padre, caminará por la vida sobre el filo de la navaja que divide al crimen del orden; «Yo soy vuestro castigo», recordará a los montepuccinos cuando éstos le imploren que se lleve los azotes de su vendetta lejos de las colinas del Gargano.
Así, de un error, de un bajo instinto de venganza, nace la estirpe de los Scorta-Mascalzone. Este libro está elaborado con el estilo elegante y sencillo que caracteriza a los grandes escritores modernos, un estilo que huye de la grandilocuencia y adopta como seña de identidad el intento de remover los corazones de los lectores con una prosa natural y sin artificios, donde las estructuras y las metáforas complejas se camuflan bajo un velo de sencillez y dinamismo que libera la conciencia y hace que nos conozcamos mejor a nosotros mismos a través de pequeñas grandes historias que cualquiera podríamos haber vivido. A medida que evoluciona la epopeya de los Scorta nos invade un deseo irrefrenable de ser parte de su historia, y esta empatía inconsciente hace que afloren en nuestro corazón sentimientos que creíamos haber olvidado; esos sentimientos básicos que nos hacen verdaderamente humanos, esos recuerdos de valor incalculable que nos arraigan con fuerza a la vida y que configuran lo único realmente nuestro: el patrimonio espiritual que hemos ido atesorando a lo largo de los años por el mero hecho de vivir el día a día sobre un mundo que no hemos elegido.
Los Scorta no son una familia común. Un pacto secreto con el destino se firmó el día en el que Luciano regresó a Montepuccio para morir. Los Scorta necesitarán tres generaciones para comprender que entre ellos y las tierras del Gargano existe un vínculo misterioso que les condena a no poder soñar con una vida mejor más allá del horizonte del Mediterráneo. Las raíces de los Scorta, como las de los olivos centenarios que se esparcen al lado del camino, están allí, bajo el sol abrasador, y allí es donde deberán decidir si luchar durante el resto de su vida contra el estigma invisible que les ancla a las cicatrices de la tierra o, por el contrario, aceptar que bajo el cielo del Gargano está su única oportunidad para ser felices. En las páginas de éste libro subyace el perenne sentimiento de rebeldía que desde tiempos inmemoriales ha enfrentado a los hombres contra la cruda realidad de su destino. La cruz de los Scorta no es ni más ni menos que su apellido maldito, aquel que les hace recaer sin remedio sobre los errores de los que ya se arrepintieron sus antepasados. Ante este panorama, ante tanto esfuerzo fútil de escapar a su sino, los Scorta reescribirán esa aparente maldición y la transformarán en un orgullo que les diferenciará del resto. Lucharán por hacerse un hueco entre las piedras hostiles de Montepuccio apoyándose los unos en los otros, inaugurando así un clan de esos que marcan época, en donde virtudes olvidadas como el honor y el amor incondicional a la familia hacen que, finalmente, los Scorta rompan las cadenas de su destino y sean por fin libres para disfrutar del tiempo que la vida les regaló sobre la tierra.
Dura, cruda y tremenda, el Sol de los Scorta nos atrapa desde la primera página, y nos sumerge en un mundo que reivindica la belleza de lo simple para paliar ese dolor que a veces nos acompaña como un doble inseparable a lo largo del camino que dibujan nuestras huellas al adentrarnos por ese sendero que no nos permite volver atrás; ese camino apasionante al que llamamos vida.
1 comentario:
Tiene muy buena pinta, este verano intentaré leerlo. Me gustan tus recomendaciones, se salen un poco de lo típico.
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